Jamás, hasta el año 1954, alguien se habÃa atrevido a asaltar un banco, en un franco desafÃo a Trujillo y su férrea dictadura.
Sin embargo ocurrió en la ciudad de Santiago. Un hombre que se denominaba "brujo" lo hizo, pues el 6 de noviembre de ese año, a las 9:05 de la mañana, siete hombres armados penetraron a la sucursal de The Royal Bank of Canadá, situada en la casa número 76 de la entonces calle Presidente Trujillo, actualmente denominada El Sol. Los asaltantes, tras amarrar al subgerente a y varios empleados, los encerraron en la bóveda del establecimiento bancario, para luego cargar con un botÃn ascendente a la suma de 149,268 pesos, que para la época equivalÃan a la misma suma en dólares.
La noticia circuló de inmediato como reguero de pólvora. Era algo realmente increÃble, pues pocos podÃan sospechar que en plena Era de Trujillo pudiera cometerse un asalto de tal naturaleza. Los asaltantes, pocos tenÃan dudas, serÃan fusilados sin contemplaciones si eran detenidos, como en efecto ocurrió rápidamente, tras un proceso judicial aparentemente apegado a la Ley y que, a la larga, demostró la crueldad de la dictadura de Trujillo.
El grupo estaba encabezado por Eudes Bruno Maldonado DÃaz y lo completaban sus hermanos Manuel y Vinicio Maldonado DÃaz, como también José Ulises Almonte y Almonte, Cristóbal MartÃnez Otero, Evaristo Benzan Carmona, LuÃs Sosa y Bienvenido Antonio Pichardo Saleme, alias El Chino.
Eudes estaba vestido de teniente de la policÃa. Todos entraron normalmente a la sucursal bancaria cuando un empleado les abrió la puerta, en la creencia de que se trataba de un asunto oficial, pues usualmente, el banco no estaba abierto al público los sábados.
Ni corto ni perezoso, Eudes Bruno Maldonado DÃaz explicó al gerente Luis RodrÃguez Sánchez que tenÃa "instrucciones superiores" de realizar un arqueo bancario, ante lo cual el funcionario bancario le solicitó algún tipo de credencial o documento que identificara a su interlocutor y, segundo lugar, que consignara por escrito la orden recibida. La respuesta que recibió fue una actitud amenazante del grupo, obligándole a entregar la combinación de la bóveda donde estaba el dinero.
Como seguramente muchos saben, para abrir la bóveda de un banco se requiere de la actuación de dos personas, cada una con una combinación, a fin de tener una responsabilidad compartida. La otra combinación la tenÃa el empleado George Beltrán, quien habÃa ido a desayunar a su casa, que quedaba a pocas cuadras del banco. Eudes Bruno Maldonado DÃaz obligó entonces a RodrÃguez Sánchez a escribir un mensaje a Beltrán, diciéndole que se presentara urgentemente al banco, pues se le necesitaba. La esquela fue enviada con la conserje Mercedes Lantigua, quien fue acompañada de José Ulises Almonte y Almonte, chofer del grupo. Beltrán, sin sospechar nada, se presentó a la sucursal bancaria y fue obligado a abrir la bóveda.
En cuestión de poco más de una hora, los atracadores dejaron al personal encerrado en la bóveda, tras matar al cobrador Francisco Antonio Persia RodrÃguez y al mensajero José Manuel Fernández Núñez, probablemente porque mantuvieron siempre la vista fija en los rostros de los intrusos, con el fin de reconocerlos posteriormente. El cadáver de Núñez fue encontrado dentro de un armario destinado a guardar papeles. El infeliz habÃa sido golpeado brutalmente y estrangulado por los asaltantes, que hicieron lo mismo a Persia RodrÃguez, en el interior de un baño.
Los empleados encerrados en la bóveda fueron Mercedes Lantigua, Juan Lorenzo Sarnelli, Dagoberto RodrÃguez Camacho, George Beltrán, MarÃa Machado de Pérez y José Alfredo Victoria.
Los atracadores intentaron asesinar al contador y subgerente Julio Zeller Cocco, con una driza de bandera atada al cuello, que le dejó un surco sangrante. Zeller Cocco también fue golpeado contundentemente en la cabeza, probablemente con un objeto muy pesado, pues se le hundió parte del hueso del cráneo. Zeller Cocco habÃa sido dejado fuera de la bóveda para que la cerrara.
Los empleados, desesperados al encontrarse recluidos y casi sin aire, hicieron un esfuerzo común y lograron romper el cristal de la puerta interior de la bóveda, para entonces gritar pidiendo auxilio. Sin embargo, los que acudieron a ayudarlos no lograron desajustar la combinación, pues la misma estaba protegida por un bloque de cristal que protegÃa el mecanismo.
Pero además habÃa una puerta de acero, con cerradura, aparte de otra de dos hojas, también de acero, la cual no habÃa sido cerrada. Esto permitió al gerente RodrÃguez Sánchez romper el cristal con la ayuda de sus compañeros, tras de lo cual el funcionario pudo vocear el número de la combinación, pues de nada valieron el uso de acetileno ni los mandarriazos dados por varios presos que fueron llevados al banco desde la cárcel donde se encontraban.
Hay un refrán que dice que el diablo nunca duerme, pues cuando los asaltantes llegaron al banco, un vendedor de billetes le ofreció en venta uno que coincidÃa plenamente con la placa del carro en que llegaron, lo cual molestó muchÃsimo a Eudes, aunque sin mayores consecuencias. Posteriormente, ese billetero aportarÃa el dato a las autoridades, lo que más tarde permitió establecer la ruta del grupo en Ciudad Trujillo, la capital.
LA HUIDA
Cometido el asalto, sus autores enfilaron hacia Ciudad Trujillo, sin ser molestados en los puestos de chequeo de entonces, a cargo del Ejército. En el juicio que se les siguió, Eudes, el cabecilla del grupo, dijo que "los seres" le habÃan dicho que no tendrÃan problemas con los registros, pero que fracasarÃan porque hubo sangre.
Eudes Bruno Maldonado DÃaz era un creyente en la hechicerÃa. Según él, siempre se asesoraba de "los seres" antes de hacer cualquier cosa que implicara peligro. En esta ocasión, cuando "un ser" se le montó, según su propia declaración ante los jueces, le habÃa dicho que en el caso del asalto todo saldrÃa bien, excepto que hubiera sangre. Maldonado DÃaz se comprometió a que eso no sucederÃa, pero fue lo contrario.
El carro en que viajaban por la sinuosa carretera Duarte habÃa sido preparado por Almonte y Almonte, un excelente mecánico, para que desarrollara mayor potencia. Eso les permitió llegar a Ciudad Trujillo en hora y media, cuando entonces lo normal era que el viaje durara unas tres horas, por la accidentada y antigua carretera Duarte, llena de hoyos.
TRUJILLO AL FRENTE
El Gobierno dijo entonces que Trujillo "personalmente" se puso al frente de las investigaciones, a tal punto que la noche del asalto permaneció en su despacho hasta la madrugada. La guardia y los demás servicios de investigación fueron movilizados, hasta que recibieron una nueva pista: la del entonces raso de la policÃa de tránsito Simón Tadeo Guerrero González, quien con el correr de los años llegó a ser Jefe de la PolicÃa y quien en 1967 estuvo implicado en la desaparición y muerte del dirigente sindical, periodista y abogado Guido Gil, sin que nunca recibiera sanción. Tadeo Guerrero estaba de servicio cuando pasó el carro de los asaltantes por la entonces avenida Gefrard, actual Abraham Lincoln, a esquina Jorge Washington.
Tadeo Guerrero dirÃa luego que el auto era conducido por una persona con camisa negra y de cuello alto, por lo que creyó que era algún sacerdote en apuros, razón por la cual no lo detuvo. Pero al enterarse del asalto, comunicó a sus superiores tales datos, incluido el número de la placa del carro, que era la 3331.
Eudes dispuso, al llegar a la capital, que el dinero robado fuera guardado en diferentes lugares. Una parte en la calle José Martà 271, otra en la calle Francisco HenrÃquez y Carvajal número 143, donde vivÃa, y el resto en la calle MarÃa Montez 175, en la cual residÃa Cristóbal MartÃnez Otero.
Trujillo ofreció una recompensa de diez mil pesos oro "de su peculio personal" a todo aquel que ofreciera una pista que condujera al apresamiento de los asaltantes. La gerencia de The Royal Bank también ofreció otra recompensa a los investigadores cuando los asaltantes fueron apresados, pero Trujillo le envió una carta al gerente diciéndole que los militares que participaron en las pesquisas solo cumplieron con su deber, sugiriéndole que la suma ofrecida fuese donada a instituciones de caridad, entre ellas la Cruz Roja, como en efecto hizo el Banco.
TODOS PRESOS
El domingo a la 1:30 de la mañana, los asaltantes estaban presos. Seis fueron detenidos en la capital y Pichardo Saleme, alias El Chino, en San Pedro de MacorÃs.
Manuel Vinicio Maldonado DÃaz, hermano adoptivo de Eudes pero a quien se les habÃan dado los dos apellidos, fue el delator de los demás. Su creencia era que si cooperaba con las autoridades le irÃa bien, una verdadera ingenuidad en una dictadura.
La primera vivienda en ser allanada fue la del chofer Ulises Almonte y Almonte, en la calle José Martà 271, donde fue detenido Vinicio Maldonado DÃaz en el momento en que se bañaba. Los demás cayeron como cuando se desbarata un castillo de naipes.
El proceso judicial se inició en Santiago el 9 de noviembre, es decir tres dÃas después. El tribunal estaba presidido por el doctor Flavio DarÃo Espinal. En vista de que los acusados dijeron no tener dinero para pagar abogados que les defendieran, se les asignó un abogado de oficio, el doctor Orlando Cruz Francisco.
En razón de que tras las investigaciones resultaron implicadas varias mujeres, se les asignó como abogado defensor al licenciado Juan Tomas MejÃa Feliu. Ese jurista defenderÃa a Modesta Báez de Almonte-esposa de José Ulises-y a Horacio Nelson Maldonado DÃaz, Franklin Christopher Peña y Ricardo Christopher Peña. Otro acusado, LuÃs Maria Torres, serÃa defendido por el licenciado Héctor Barón Goico.
La defensa de Miguel Olavarrieta, MarÃa Marina y Normanda Maldonado DÃaz, estas últimas hermanas de Eudes. La acusación que pesaba contra las mujeres era dizque vigilaban las actividades del banco para avisar con un silbato al grupo de asaltantes, en caso de que hubiera problemas.
El periódico El Caribe describÃa a Eudes como un hombre "esbelto, de porte elegante, facciones finas, labios enérgicos y ojos pequeños, vivaces y escrutadores". Según el mismo periódico, Eudes miraba al público congregado en el tribunal "con indiferencia y cierto aire de arrogancia", aunque después se mostró sumiso y respetuoso ante el tribunal.
Eudes dijo que en el asalto "no hubo tal jefe ni existió jamás la sugestión. El "ser nos habló a todos y todos nos confiamos las confidencias".
Contó que la inspiración para cometer el asalto surgió tras ver una pelÃcula de vaqueros en un cine, en la cual varios hombres asaltaban un banco. Eso mismo podrÃan hacerlo ellos, en una edición real mejorada, según Eudes.
En cuanto al cobrador Fernández Núñez, dijo que hubo que matarlo porque lo reconoció, y al mensajero Persia porque tuvo la mala suerte de llegar en el preciso momento en que el grupo se disponÃa a abandonar el banco.
Las armas utilizadas, según se demostró ante el tribunal, pertenecÃan a dos agentes policiales asesinados en octubre anterior al mes del asalto. Uno de ellos era casi vecino de Eudes. Los hermanos Christopher se vieron involucrados en el caso porque en la casa de Ricardo, en la aldea de Villa González, vecino de Santiago, Eudes confeccionó un altar para sus rituales de brujerÃa. Los dos fueron finalmente absueltos por el tribunal.
LuÃs Manuel Torres Peña también fue descargado por insuficiencia de pruebas, puesto que solamente prestó su carro para el asalto, sin saber que serÃa utilizado para eso. También fue descargada por el mismo motivo Maria Modesta Báez de Almonte.
El público que abarrotaba el tribunal prorrumpió en aplausos al oÃr la decisión del tribunal, que acogió asà la petición del fiscal, licenciado JoaquÃn Santaella. Ese mismo fiscal fue quien solicitó que los asaltantes fueran condenados a 30 años, y cinco años de prisión para los otros once supuestamente involucrados en el asalto.
LA SENTENCIA
La sentencia condenatoria fue dictada la madrugada del martes 14 de diciembre. El doctor Nicomedes de León condenó a 20 años de prisión a Ramón Maldonado DÃaz, José López, Félix Rolando Maldonado DÃaz y Luz Filomena Taveras Ventura. Marina Maldonado DÃaz tuvo que ser internada en el hospital de Santiago al sufrir un sÃncope como resultado del aborto a que tuvo que ser sometida el 4 de noviembre, dos dÃas antes del asalto. Eudes y los demás asaltantes directos fueron condenados a 30 años de prisión.
El autor de este artÃculo, que entonces vivÃa en Santiago y tenÃa doce años de edad, recuerda perfectamente que las centenares de personas que se congregaron en las afueras del tribunal, en el Palacio de Justicia, al enterarse de la sentencia contra los acusados comenzaron a vociferar "!Que Gobiernazo!" "¡Viva Trujillo!"
El autor recuerda también el acordonamiento policial de la calle donde vivÃa Ramón Emilio Maldonado, padre de Eudes, quien se encontraba agonizante en un barrio de la parte baja de Santiago. Ni siquiera parientes suyos o vecinos podÃan penetrar a esa calle, como si allà viviera un hombre peligroso al que habÃa que mantener aislado a pesar de su estado, que finalmente le llevó a la muerte.
El Caribe llegó a venderse "como pan caliente", pues su lectura era la única manera que tenÃan para enterarse de lo que sucedÃa en el interior de la sala de audiencias, donde no todos pudieron entrar al estar abarrotada.
FUGA?
Como parte de una farsa sin parangón, Trujillo conmutó la pena a los acusados. Sin embargo, el 15 de diciembre de 1954, un dÃa después de la sentencia, los principales implicados en el asalto fueron llevados a realizar labores de chapeo o trabajos públicos, al sitio denominado Los Platanitos o Ensanche San Rafael, donde actualmente se encuentra el Estadio Cibao de béisbol.
Según se publicó entonces, en páginas interiores del periódico El Caribe, el grupo fue muerto "cuando de manera audaz intentaron una fuga en masa, mientras realizaban trabajos en un campo militar situado en el Ensanche San Rafael".
Un comunicado oficial dijo que los presos "trabajaban con machetes y obedeciendo a una señal esgrimieron dichas armas en un intento de sorprender a los custodios, pero fracasaron en un último y desesperado atentado criminal. Murieron abatidos a balazos por los agentes del orden".
Solamente José Ulises Almonte se salvó del ametrallamiento, pues se encontraba realizando trabajos de mecánica en la fortaleza San LuÃs, de Santiago, entonces comandada por el coronel Ludovino Fernández, quien habrÃa de pagar las consecuencias al ser considerado responsable del asesinato de los presos, por lo cual fue sometido a la justicia.
Otros decÃan que Almonte y Almonte no fue muerto porque supuestamente habÃa sido chofer de Ramfis Trujillo, primogénito del dictador, quien le habrÃa pedido que no lo mataran. Otros afirman que, en realidad, Almonte y Almonte fue ejecutado en la misma fortaleza, pues al haber sido militar se querÃa dar "un ejemplo" ante los demás soldados para que no asesinaran a sus compañeros de armas, como ocurrió con los policÃas cuyos revólveres fueron robados tras asesinarles. Naturalmente, estas son especulaciones.
La recomendación para enviar a la Justicia al coronel Fernández la hizo una Junta Militar integrada por oficiales de leyes del Ejército, la Marina y la Aviación, pues una anterior habÃa dicho que en sus indagaciones no llegaron a conclusión alguna en cuanto a la responsabilidad del oficial.
Otro sancionado fue el mayor general Virgilio GarcÃa Trujillo, al ser degradado a general de brigada porque en su calidad de Jefe de Estado Mayor del Ejército no tomó "medidas adecuadas de previsión" encaminadas a evitar el fusilamiento de los presos.
El Gobierno, entonces dirigido por el presidente gomÃgrafo Héctor Bienvenido Trujillo, "lamentó" las muertes de los presos, cuyos cadáveres permanecieron "horas muertas" en el sitio donde se materializó la ejecución, mientras un público curioso, previamente convocado por emisoras radiales de Santiago sometidas al Gobierno, presenciaba la dantesca escena.
Pero aún más, pues el coronel Ludovino Fernández fue puesto a disposición de la Justicia por el propio Trujillo, a pesar de que la segunda Junta Investigadora recomendara que lo juzgara un Consejo de Guerra. Sin embargo, el 10 de enero de 1955, Ludovino Fernández recuperó su libertad al ser "absuelto" por la justicia civil. El tribunal dictaminó que no se demostró que el acusado participara "ni directa ni indirectamente" en los hechos que motivaron su sometimiento a la Justicia.
Como cruel colofón a toda esta farsa, Trujillo ordenó la entrega de un cheque por mil pesos a Griselda y a Romualda Esperanza Maldonado DÃaz, quienes supuestamente escribieron una carta al dictador en la que decÃan estar conformes con la decisión del tribunal que condenó a sus hermanos, quejándose al propio tiempo de que estaban "en una miseria terrible y nuestros esposos se nos han ido y no tenemos siquiera para la comida, mucho menos para la manutención de nuestros hijitos".
Muchos antitrujillistas llegaron incluso a simpatizar con los asaltantes, no porque justificaran su acto de delincuencia, sino porque tuvieron el valor de desafiar a Trujillo, en momentos en que se requerÃa tener el suficiente material colgante para hacerlo.