En 7.996 mesas habilitadas, unos 2,7 millones de ciudadanos empadronados en Córdoba estarán en condiciones de sufragar, el 8,68% del total nacional. Los cordobeses elegirán al sucesor de José Manuel De la Sota entre el oficialista Juan Schiaretti, el radical Oscar Aguad y el kirchnerista Eduardo Accastello, en comicios muy importantes, a poco más de 1 mes de las primarias nacionales. En Córdoba, todos los candidatos prometen el cambio. ¿Cambiar para que nada cambie?
"(...) Lo paradójico del caso es que existen certezas suficientes sobre que no se verificará mudanzas de nota en el signo político del gobierno local. Si es cierto lo que muchos gurúes afirman –que "el 60% de la gente quiere un cambio"– probablemente el alegato se quede en una instancia de profecía no satisfecha; a esta altura de la campaña, mucho se duda que el vaticinio algún reflejo efectivo en las urnas. (...)".
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). Córdoba es el 2do. distrito electoral del país, superada sólo por la provincia de Buenos Aires, y elige autoridades provinciales.
Se espera que los resultados estén a partir de las 21:00, en un escenario en el que la mayoría de las encuestas dan liderando a Juan Schiaretti, el candidato de Unión por Córdoba, un frente electoral que tiene como principal fuerza al PJ local y cuyo referente es el actual gobernador, José Manuel De la Sota.
La mayoría de los sondeos, a su vez, reflejan una paridad en el 2do. puesto entre Oscar Aguad, postulante de Juntos por Córdoba, la alianza entre la UCR, el PRO y el juecismo (llamada "la Triple Alianza"), y Eduardo Accastello, aspirante de la fuerza Córdoba Podemos, que cuenta con el respaldo de la Casa Rosada porque es un K no histórico pero el único que tienen a mano.
Las elecciones cordobesas serán seguidas muy de cerca por los principales precandidatos presidenciales: Daniel Scioli y el kirchnerismo respaldan a Accastello; Mauricio Macri apuesta a una victoria de Aguad; mientras que Sergio Massa irá a festejar a la provincia si Schiaretti resulta electo.
Además de gobernador y vice, se elegirán 70 legisladores provinciales e intendentes en 137 ciudades y pueblos, entre ellas San Francisco, La Calera, Cosquín, Río Segundo y Morteros.
En estos comicios se volverá a utilizar la Boleta Única de Sufragio (BUS), que debutó hace 4 años, sistema de votación en el que en una sola papeleta, de 47 centímetros de largo por 35 de alto, figurarán todos los candidatos.
En Córdoba, todos los candidatos prometen el cambio. Desde las apelaciones metafísicas, al estilo de las enarboladas por la fórmula de Juntos por Córdoba (“metamos un cambio”), hasta las axiomáticas, del tipo de las utilizadas por la dupla Juan Schiaretti – Martín Llaryora (“el mejor cambio”).
El Frente para la Victoria tampoco se queda atrás. Su candidato, Eduardo Accastello, asegura que “el único Cambio es la Transformación” y que él, obviamente, es quién la garantiza.
Lo paradójico del caso es que existen certezas suficientes sobre que no se verificará mudanzas de nota en el signo político del gobierno local. Si es cierto lo que muchos gurúes afirman –que “el 60% de la gente quiere un cambio”– probablemente el alegato se quede en una instancia de profecía no satisfecha; a esta altura de la campaña, mucho se duda que el vaticinio algún reflejo efectivo en las urnas.
¿Gatopardismo social? Tal vez. En una sociedad postmoderna, en donde la realidad se percibe como líquida, afirmar una cosa semejante a que “las cosas están bien como están” suena sacrílego. Ningún elector lo diría, menos aún los candidatos. Sin embargo, el gobierno de José Manuel de la Sota tiene una importante aprobación pública, algo que se traslada casi mecánicamente a Schiaretti. No parece, en consecuencia, que cambiar el actual orden de cosas sea una prioridad colectiva.
Este fenómeno se hace muy claro cuando se observa lo que ocurre en el resto de las jurisdicciones. Hasta ahora (salvo Mendoza y Tierra del Fuego) las provincias que eligieron mandatarios han ratificado los signos políticos que ya estaban en el gobierno. Idéntica observación puede hacerse respecto de los municipios y comunas de la propia provincia de Córdoba, en los que han sido pocos los ejemplos de relevo partidario. Todo indica que el cambio es un aspecto que se encuentra sobrevalorado dentro de la estrategia electoral.
Tampoco puede pasarse por alto el contraste existente entre las declamaciones a favor de la disrupción política y la bucólica campaña que hoy finaliza. Si, parafraseando a Carlos Marx, existieran condiciones objetivas para el cambio, la contienda hubiera sido mucho más intensa. Todo fue enervantemente light, descafeinado, un escenario de taciturnidad que, seguramente, destrozó los nervios y las iniciativas de la oposición.
Esta discrepancia es aún mayor cuando se toma nota de lo sucedido en las últimas elecciones para gobernador. En 2007, el originario triunfalismo de Unión por Córdoba se convirtió en llana desesperación al advertir que un ascendiente Luis Juez amenazaba con quedarse con el triunfo horas antes de la votación en tanto que, en las más recientes de 2011, el entonces candidato De la Sota arrancaba su campaña decididamente rezagado en las preferencias electorales. En ninguna de aquellas oportunidades se dio nada por cerrado con la anticipación con la que muchos analistas han clausurado los pronósticos de la presente.
Lo desesperante –para todos aquellos que disfrutan de las pasiones agonales de la política– es que los pronósticos de comienzo de año eran notoriamente más cerrados, especialmente en lo que atañe a la performance de la Triple Alianza. La tesis históricamente impuesta por el juecismo decía que, si el Frente Cívico y el radicalismo se unían, “la cleptocracia delasotista” (integrada también por Schiaretti) debía forzosamente llegar a su fin. Coherentemente con tal visión, Luis Juez intentó un par de veces la hazaña de reunirse con la UCR, pero sus afanes cayeron siempre en saco roto dadas sus particulares dotes de negociante. Prueba de ello es que, ocho años atrás y cuando no pudo cerrar ningún acuerdo, denunció que Mario Negri había recibido fondos de Unión por Córdoba al sólo efecto de constituirse en un candidato tapón. No parecía ser un socio confiable para nadie.
Juez se las ingenió siempre para mostrarse como la víctima elegíaca de la UCR y, mutatis mutandi, transferirle la responsabilidad de que el peronismo continuara en el gobierno. Por una pirueta del destino fue Mauricio Macri (otra de sus víctimas propiciatorias) quién compró aquella hipótesis desde la lejana ciudad Autónoma de Buenos Aires. El porteño coincidió con él en que, si lograba la unidad opositora, sería invencible. Armado de tal convicción se puso personalmente al frente del armado cordobés, seguro que una alianza entre el PRO, la UCR y el Frente Cívico le depararía un triunfo rutilante. Los ecos juecistas de aquella certeza fueron inocultables.
Decir que Macri estuvo decididamente comprometido con esta liga dista de ser una expresión sólo literaria. Fue el jefe de gobierno quién se empeñó a sumar a Juez en contra de la opinión mayoritaria del radicalismo, el que ungió a Aguad como el candidato de la entente y el que amenazó con dinamitarlo todo a través de Ércole Felippa. Macri es el auténtico arquitecto de la coalición y, por lo tanto, quién tendrá el copyright de lo que suceda con sus elegidos.
La suerte de la Triple Alianza no debería ser pasada por alto, como si fuera una simple moraleja política de una sociedad cruelmente ensamblada. Debería existir una preocupación estructural respecto a su sino. Piénsese que, si su performance en las urnas confirma lo que se pronostica, la provincia quedará tácitamente en manos de un único partido de poder, esto es, el peronismo. El tema se hace aún más profundo cuando se constata que la influencia de fuerza no se limitaría exclusivamente al oficialismo delasotista, sino también comprendería a la periferia justicialista que lidera Eduardo Accastello.
A diferencia de otras expresiones K, el villamariense no odia ideológicamente al gobernador ni tiene diferencias personales insalvables. Si hoy compite contra Schiaretti lo es por una cuestión de cálculo (está apostando a la sucesión partidaria de 2019) y porque la negociación que se intentó en su momento terminó empantanada por asuntos internos. Accastello tiene un pie tanto en el PJ formal como en el kirchnerismo cordobés, providencialmente apichonado tras la irresponsable partida de su hembra alfa, Carolina Scotto. Al largo plazo, su actual posición es envidiable y, sus decisiones recientes, acertadas. Nadie debería olvidarse de lo que realmente persigue este actor.
Ya lo hemos dicho antes y lo sostenemos ahora: hay certezas sobre los ganadores y dudas sobre quienes habrán de secundarlos. El domingo se develarán las incógnitas; no sólo habrá un nuevo gobernador, sino que el escenario político cordobés habrá dado un paso gigantesco hacia su configuración por los próximos cuatro años. En este último punto, tal vez lamentablemente, tampoco habrá muchas sorpresas.
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