La consagración del patricio
En el óleo del pintor Henry Santana, “La muerte de
Duarte”, vemos a un hombre en el lecho, convaleciente; dos mujeres están
sentadas junto a la cama. Una, probablemente su hermana Rosa, le
sostiene el brazo derecho; la otra, permanece a sus pies. Detrás una
pareja se sobrecoge y llora. En el centro, de pie, un cura administra
los santos óleos, la extremaunción; y arriba, como flotando, la imagen
de la madre y el hijo que se alejan en el cielo sobre un fondo de nubes
doradas. La escena que inmortaliza el pintor ocurrió a las tres de
mañana del 15 de julio de 1876, en una humildÃsima casa de Caracas entre
las calles Pájaro y Zamuro. ¿Quién era el hombre que morÃa en tan
tristÃsima condición?. Se llamaba Juan Pablo Duarte y Diez. Años
después, serÃa considerado Padre de la Patria de los dominicanos.
Dos concepciones se enfrentaban en aquellos momentos.
La de los que creÃan junto a Juan Pablo Duarte en la independencia
total, pese a todas las desventajas y dificultades para mantenerla; y la
de aquellos que pensaban que debÃamos ir a un acuerdo internacional,
que cediera la soberanÃa a un Estado más poderoso, que pusiera a raya la
dominación haitiana. Era ésa la concepción que, finalmente, adoptó el
jefe de la guerra, el General Santana. La lucha interior, entre los
dominicanos, fue desgarradora.
El 9 de junio de 1844, los partidarios de Duarte, Los
Trinitarios, dan un Golpe de Estado y Francisco del Rosario Sánchez
asume el mando de la Junta Central Gubernativa; Mella proclama a Duarte
Presidente en los pueblos Cibao. De este modo, Los Trinitarios tomaron
el control de la guerra. Pero el triunfo del contragolpe del 12 de julio
devuelve el poder a Santana y a sus partidarios. La venganza fue
devastadora.
Duarte, encarcelado, resulta condenado a muerte. . Del
paredón, lo salvó Abraham Cohen, un acaudalado comerciante, amigo de su
familia. Expulsado del paÃs, en septiembre de 1844, nunca más volvió a
poner los pies en la Ciudad Primada. Toda su vida quedó reducida al puro
sacrificio. La imagen del Cristo de Libertad, fabricada por JoaquÃn
Balaguer no se hallaba lejos de su realidad. Traicionado por sus
compañeros; traicionado por los polÃticos que prevalecÃan enel teatro de
la época; abandonado y errante en las selvas del Orinoco. Quizá era el
único dominicano que ha colocado la República muy por encima de sus
intereses. Aquel que, tras un puntilloso examen de conciencia, hemos
convenido en llamar Padre de la Patria.
Al enterarse de la Anexión, enfermo, viejo ya, vendió
el único bien de su familia, la casa de Caracas, para venir en una
expedición en 1864, que entró por GuayubÃn acompañado del general
venezolano Candelario Oquendo, Vicente Celestino Duarte, Manuel
RodrÃguez ObjÃo. Todos menos Duarte fueron incorporados al frente de
guerra. Recorrió las serranÃas de San José de las Matas llevando en
parihuelas al general Ramón MatÃas Mella, a quien no veÃa desde hacÃa
veinte años. Pasó por el trago amargo de asistir a la muerte del general
Mella. QuerÃa entregar su vida en la guerra restauradora. Le escribió
varias cartas al mando polÃtico constituido por Ulises Francisco
Espaillat y por el general Pepillo Salcedo con ese propósito . El
Gobierno provisional de Santiago no comprendió a Duarte. Meses después
lo enviaron de nuevo en misión oficial a Venezuela.
Cuando la independencia de la República fue
restaurada, ni siquiera fue invitado a gozar de la libertad. Luperón,
hallándose en una reunión en Puerto Plata, le escribió al Presidente
Ignacio González y SantÃn para que invitase a Juan Pablo Duarte a
visitar su tierra. El Presidente González y SantÃn escribió la carta
instándole a presentarse en cualquier consulado dominicano para pagarle
el pasaje de su regreso. Pero esa carta permaneció intacta. Los últimos
años los pasó el patricio en una miseria espantosa. Meriño, que lo vio
en Caracas, dice que carecÃa de ajuar. Su entierro dejó endeudadas
grandemente a sus hermanas Rosa y Francisca. Fue enterrado en una tumba
olvidada en Caracas. Su gloria se produjo años después en 1884. A partir
de entonces comenzaron a proliferar las estatuas, los bustos, los
lienzos, en las plazas, en los palacios consistoriales y en las
escuelas. El 27 de febrero de ese año, las cenizas del más sufrido de
los próceres dominicanos, fueron inhumadas en la Catedral Primada de
América. Desde entonces comenzó el culto a Duarte y el olvido de su
ideario.
En la edición del periódico Patria del 17 de abril de
1894, José MartÃ, al referirse a Juan Pablo Duarte, Padre de la Patria
de los dominicanos, dice lo siguiente:
Patria, que lo ve urdir, con el poder de su
consejo---y sin más brazos que la idea, madre de brazos—la rebelión que
de una pechada de los héroes , echo atrás al haitiano, tan grande cuando
defendÃa su libertad como culpable cuando oprimÃa la ajena.
El olvido y la traición
El bicentenario de su nacimiento transcurre en medio
del olvido y la traición. ¿Quién se acuerda de aquel Duarte que el 16 de
julio de 1838, juró ante un grupo de hombres que deberÃan ser sagrados,
libertarnos del yugo haitiano y fundar un nuevo Estado con el nombre de
Republica Dominicana?Nadie. ¿Quién recuerda que fue él quien organizó
las Juntas Populares que proclamaron la Independencia en cada una de las
provincias del paÃs? ¿Quien recuerda su proyecto de Constitución, que
es un dechado de justicia? Nadie.
Le propuse a un amigo de muchos años, director de un
distrito escolar, que en todas las escuelas de su demarcación en
conmemoración del bicentenario se colocara un cartel con el Juramento de
los Trinitarios. Le llevé el modelo del cartel que se iba imprimir, y
cuando lo leyó me dijo que no. Que si colocaba ese cartel corrÃa el
riesgo de ser cancelado. He aquà el pasaje del Juramento que le
preocupaba:
Juro y prometo por mi honor y mi conciencia en
nombre de vuestro presidente, Juan Pablo Duarte, cooperar con mi
persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano,
y a implantar una república libre, soberana e independiente de toda
dominación extranjera, que se denominara República Dominicana
A eso hemos llegado, ¡a sentir vergüenza de ejercer la soberanÃa!.
Algunos periodistas, religiosos e intelectuales nos
piden que tengamos un Duarte de consenso. Quieren que se venere a Duarte
como se venera a un santo. Pero Duarte no puede generar la piedad y el
consenso de los santos. Porque no puede haber consenso para destruir al
paÃs ni para tratar de imponer voluntades de otros Estados en el
nuestro. Ni para hacer prevalecer el derechos de los extranjeros
ilegales sobre el derecho de los nacionales. No puede haber consenso con
un grupo que promueve la haitianización, ya sea solapadamente
insultando y desacreditando a los que la combaten. O, abiertamente,
aceptando dinero de gobiernos extranjeros, y convirtiéndose en caballos
de Troya de la intromisión extranjera en el paÃs. Con esa gente, no
puede haber consenso. Nos han fabricado a un Duarte que nunca hizo la
guerra contra el invasor haitiano. Mientras más se habla de él en la
plaza pública, más se le ignora. Mientras más se le exalta, más se le
humilla. Duarte hoy no solo es un desconocido, sino que su ideario es
pisoteado constantemente por intelectuales, periodistas y polÃticos. Es
triste ver la honra de un gran hombre en boca de fariseos, que deshonran
y desprecian lo que fuera su obra mayor, la independenciade la
dominación haitiana.
Una vez olvidado, vienen las traiciones.
Se traiciona a Juan Pablo Duarte cuando se exalta su
figura y al mismo tiempo se promueve la haitianización del paÃs. Se
traiciona a Juan Pablo Duarte cuando se le arrebata el derecho al
trabajo al dominicano, se merma el acceso a los hospitales y la
educación públicos para dárselo al haitiano que ha ingresado ilegalmente
en el paÃs. Que conste : no estamos diciendo que los haitianos no
tengan derechos al trabajo nia la salud nia la educación ni a todos los
bienes de una nación. Ellos tienen todos esos derechos en su paÃs. AquÃ
les corresponden lo que acuerda el derecho de extranjerÃa. Se traiciona a
Juan Pablo Duarte cuando se toma dinero procedente de Estados
extranjeros para socavar la soberanÃa de nuestro Estado, para
convertirse en el brazo ejecutor de la dominación extranjera en el paÃs.
Al concretarse la Independencia iniciada en 1844, los
haitianos quedaron circunscritos al territorio histórico de la colonia
francesa de Saint Domingue. Nosotros quedamos fatalmente encerrados en
un mismo espacio insular con la nación de la cual nos libertamos. Desde
entonces quedaba definido el carácter esencial de nuestra Independencia,
fundado en el equilibrio de las poblaciones, de las culturas y de las
economÃas de ambos Estados. Para nuestros libertadores quedaba claro que
el patriotismo dominicano no podÃa tener jamás vacaciones ni dormirse
en sus laureles, que cualquier descuido de los dominicanos serÃa
aprovechado por los haitianos para anular los resultados históricos de
1844. En definitiva, para romper el equilibrio en el cual se fundamenta
la existencia de nuestro Estado. Entre nosotros la historia se mantiene,
pues, como una herida abierta, inolvidable . Si queremos conservar el
sentido de nuestra Independencia estamos obligados a dotar a la polÃtica
y a la sociedad de ideales que preserven el esfuerzo de todas las
generaciones pasadas. De no hacerlo, caerá en la catástrofe, en la
inseguridad y en la incertidumbre sobre su porvenir; y no podrá
conservar su independencia.
Se enfrentó Duarte al bando parricida y traidor, al
enemigo interior, que ayer como hoy, se ha vuelto empleado de los
poderes que combaten nuestra nacionalidad, nuestra cultura, nuestra
continuidad histórica como nación y como Estado independiente. En la
conclusión de la pieza de teatro “ Duarte, fundador de la República” de
Franklin DomÃnguez, se nos representaal padre de la Patria, acompañado
de Juan Isidro Pina, contemplando el paÃs desde alta mar.
---como criminales, echados de nuestro propio suelo--- dice Juan Isidro.
--- no importa el exilio nuevamente—dice Duarte---.
Mira, Juan Isidro. Allá sobre la Torre del Homenaje tenemos una
bandera.¡una bandera nuestra! Mientras ella pueda flotar libremente, y
el pueblo sea feliz, no habremos luchado en vano.




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