De braceros a inmigrantes multilaterales

En los últimos tiempos, la otrora vigorosa industria azucarera ha venido en decadencia, al grado que en algunos años la producción ha sido deficitaria para cubrir simultáneamente la demanda doméstica y la cuota del mercado preferencial norteamericano, recurriéndose a las importaciones. De 866 mil toneladas de azúcar en 1986, alcanzamos 553 mil en la zafra 2011/12, un 36% menos.
En 1999 este nivel llegó a 383 mil, en clara señal de deterioro. A final de la década del 90, el Estado traspasó ruinosamente al sector privado el control de los doce ingenios que operaba, mediante contratos de arrendamiento sin una real garantía de capitalización y modernización. Todo ello redujo dramáticamente la demanda de braceros y empobreció aun más a las comunidades cañeras.
Resultado de estos cambios, el sector externo de la economía se sustenta hoy en el turismo, las zonas francas, las remesas y una amplia gama de bienes agrícolas e industriales de exportación (incluyendo renglones tradicionales como el tabaco y el cacao ahora con mayor valor agregado). Complementado por las actividades locales en agropecuaria, manufactura, servicios y construcción. Las obras públicas y la edificación de torres, centros comerciales, villas y hoteles turísticos, han atraído a los jóvenes haitianos, así como la agropecuaria en general y el servicio doméstico. Transformando este flujo, otrora estacional en forma de brazos para la zafra, en mercado de trabajo permanente.
Es lo que la Organización Mundial para las Migraciones (OIM) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) denominaron "la nueva inmigración" en el estudio Encuesta sobre Inmigrantes Haitianos en República Dominicana (2004). En una estimación extremadamente conservadora, el estudio proyectó en 266 mil el número de inmigrantes haitianos, de los cuales el 25% residiría en bateyes y el 75% restante en zonas urbanas y zonas rurales no azucareras.
Un documento del Banco Mundial del 2002, Informe sobre la Pobreza en República Dominicana, estimó la presencia haitiana, estratificada como sigue: trabajadores indocumentados residiendo permanentemente, 250,000/300,000; braceros temporales, 15,000-20,000; hijos de inmigrantes nacidos en el país, 250,000/300,000. Sumando una población entre 515,000 y 620 mil personas, o sea, entre 6% y 7% de una población total de 9 millones de habitantes.
Cifras distantes a las dadas con frecuencia, cuando se habla de un millón de haitianos residiendo en el país o más. Mientras que los datos censales y los de la Dirección General de Migración reflejan un sub registro tan absoluto que no vale la pena su mención ni a guisa de ejemplo.
Recientemente la Encuesta Nacional de Inmigrantes de 2012, realizada por la Oficina Nacional de Estadística en base a 20,500 entrevistas a inmigrantes y sus descendientes, proyectó la población extranjera en el país en 524,632 (5.4% de la población total), de los cuales 458,233 habrían nacido en Haití, el 87.3% del conjunto Mientras que 66,399, el 12.7%, serían originarios de otros países. Los descendientes llegarían a 244,151, siendo 209,912 de inmigrantes haitianos. Totalizando, al agregarse el 2.5% de los descendientes, el 7.9% de la población total.
El interés de los actores internacionales y los grupos domésticos que bregan con esta problemática se ha estado moviendo en la dirección de los tiempos, sin abandonar los viejos cargos relacionados con los bateyes que todavía resurgen cíclicamente en reportajes de prensa, como "Esclavos en el Paraíso" del Miami Herald, o en las denuncias del padre Hartley que motivaron hace poco un informe del Departamento de Trabajo de EEUU.
Desde los 90, el foco se ha ido ampliando hacia el marco más general de los derechos humanos de los inmigrantes haitianos indocumentados y su estatus legal, así como los procedimientos de las repatriaciones. En adición, se ha reclamado la nacionalidad dominicana para los hijos de haitianos ilegales nacidos en el país, al amparo de una controvertida interpretación de la norma constitucional sobre la materia.
Quienes han gestionado estas iniciativas comprenden grupos de la diáspora haitiana establecida en EEUU y Canadá, organizaciones como Human Rights Watch y Amnesty, redes de ONG's que operan a nivel local, que han logrado sensibilizar a organismos de Naciones Unidas y del sistema interamericano, al Departamento de Estado, a la Unión Europea y a otros actores.
El documento de mayor impacto en la década del 90 fue el Informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de octubre del 1999 sobre la situación de los derechos humanos en la República Dominicana. Divulgado en medio de un debate nacional en torno a la inmigración haitiana y al derecho a la nacionalidad de los hijos de haitianos indocumentados, evidenció la fragilidad de nuestra política exterior y de la imagen internacional del país, vulnerables en grado sumo al despliegue del problema haitiano en los foros regionales y mundiales.
Para un presidente como Leonel Fernández, interesado durante su primer mandato (1996-2000) en la agenda de política exterior y en ejercer un rol protagónico en la diplomacia directa, este asunto representó su primera prueba de fuego. En efecto, en contraste con el estilo de un Balaguer volcado hacia la política doméstica, la diplomacia dominicana se dinamizó en todos los órdenes bajo este período, con el objetivo de jugar un papel de liderazgo en la Asociación de Estados del Caribe y en el grupo de países ACP, cuyas cumbres de jefes de estado se celebraron en Santo Domingo durante el mismo. Y de promover una alianza estratégica entre CARICOM y Centroamérica, propuesta del presidente Fernández, en la cual RD fungiría como puente.
En todos estos escenarios el tema haitiano se presentaba como una incómoda tachuela en el zapato de la diplomacia dominicana. Algo que conocía el presidente René Preval, que buscaba con ello obtener ventajas en la mesa de negociación bilateral. Pero lo más importante para nuestra diplomacia y la nación como un todo, era el hecho de que este asunto había pasado a adquirir una dimensión multilateral, al figurar en la agenda de varios organismos multilaterales mundiales y regionales, de agencias internacionales de derechos humanos y en el interés de dependencias del gobierno de los Estados Unidos y de la Unión Europea.
Coincidiendo con el informe de la CIDH, aparecieron los reportes anuales de Amnesty International y Human Rights Watch, pronunciándose contra las repatriaciones y sus procedimientos, censurando la actuación de los militares y alegadas prácticas racistas. En agosto de 1999, el Comité de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Discriminación Racial adoptó sus conclusiones sobre la República Dominicana, "expresando su preocupación por la situación de los haitianos en el país", señalando "que han sido objeto de varias formas de discriminación racial", e instando al gobierno a "reconocer la existencia de discriminación racial en el país con relación a los haitianos". Ya en febrero, el Departamento de Estado de los Estados Unidos había consignado en su informe sobre derechos humanos en la República Dominicana, que aunque el récord del gobierno había mejorado ligeramente, "persistían serios abusos contra los migrantes haitianos y sus descendientes".
En noviembre de 1999, un Informe de la Comisión de Desarrollo y Cooperación del Parlamento Europeo sobre la misión realizada en Haití y la República Dominicana en octubre de ese año, ofreció una visión sobre los "problemas demográficos que afectan a estos dos Estados", y advirtió a sus gobiernos acerca del riesgo potencial de conflictos interétnicos:
"La historia de Haití y de la República Dominicana se caracteriza por una serie de conflictos, guerras y movimientos migratorios. En el subconsciente de los dos pueblos el resentimiento está fuertemente arraigado. Los dominicanos consideran que los habitantes de Haití son de color, mientras que ellos se consideran a sí mismos blancos. Haití ejerce una importante presión demográfica sobre la República Dominicana. La elevada cifra de trabajadores ilegales en la República Dominicana representa un potencial de problemas muy importante entre estos dos países. La inestable situación jurídica en la que se encuentran estas personas, junto con el resentimiento histórico al que se ha hecho referencia anteriormente, pueden generar importantes problemas políticos. En parte, los dos gobiernos son conscientes de esta peligrosa situación, pero, no obstante, aún no han adoptado medidas adecuadas para prevenir un conflicto."
Bajo el primer mandato del presidente Leonel Fernández, la agenda bilateral con Haití se mantuvo siempre activa. Se constituyó la Comisión Mixta Bilateral, con sus respectivas subcomisiones, para tratar en la mesa de negociación los asuntos relativos a los nexos con Haití en una multiplicidad de campos, incluyéndose la materia migratoria, sobre la cual se convino un memorando de entendimiento para regular las contrataciones y un protocolo para regir los mecanismos de las repatriaciones. Lamentablemente, la inestabilidad reinante en Haití y la falta de continuidad de la política exterior dominicana han conspirado para dar seguimiento a estos trabajos. Antes de finalizar su gestión, el 27 de febrero del 2000, el presidente Fernández radicó en el Congreso un proyecto de Ley General de Migración preparado con asesoría de la OIM, siendo aprobado por el Congreso -tras su reformulación por una comisión consultiva de la Cancillería- al término de la administración del presidente Hipólito Mejía (2000-2004).
Promulgada el 15 de agosto del 2004, esta Ley consagra la normativa que hoy, a nueve años de tardanza, estamos tratando de poner en movimiento con el Plan Nacional de Regularización, tras el empujón de la sentencia 168/13 del TC. Bajo fuertes presiones internacionales y en medio de un amplio debate nacional. Con la CIDH pisándonos los talones, en su visita in loco.
Lic. ANASTACIO ALEGRIA

Es un honor y un privilegio estar aquí hoy para presentarles nuestro bufete de abogados. En un mundo donde la justicia y la legalidad son pilares fundamentales de nuestra sociedad, es vital contar con expertos comprometidos y dedicados a defender los derechos

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