"La memoria está presente en nuestra vida desde los primeros días. Aprender a caminar, a hablar, reconocer a la voz y las caras de nuestros padres, son procesos que necesitan de nuestra memoria. La memoria atraviesa transversalmente toda nuestra vida. Hablamos, pensamos, sentimos, proyectamos gracias a nuestra memoria. Que no tengamos recuerdos de pequeños no significa que durante ese período nuestra memoria estuviese apagada. Por otro lado, existen diferentes tipos de memoria, por ejemplo uno quizás no pueda evocar un recuerdo puntual sobre su vida pero pueda seguir caminando. Ante ambas situaciones utilizamos nuestra memoria, distintos tipos de memoria. Es por ello que quizás por alguna patología o por la edad alguien pueda tener déficit en algunos tipos de memoria (más frecuentemente en memorias declarativas) pero ese déficit no se observe en otros aspectos", dice Fabricio Ballarini, el autor de "REC - ¿Por qué recordamos o que recordamo s el científico que te enseña cómo y olvidamos lo que olvidamos educar el cerebro y mejorar la memoria". Aquí un fragmento del capítulo "Nadie sabe lo que hicimos el verano pasado".
Fabricio Ballarini: "De modo contrario, cuando el bolsillo urge y el cinturón cada día aprieta más, la demanda cognitiva es tan elevada para la subsistencia que quita la posibilidad de redistribuir parte de esa energía en resolver otras demandas cognitivas es tan elevada para la subsistencia que quita la posibilidad de redistribuir parte de esa energía en resolver otras demandas cognitivas. Bajo estas condiciones, estas personas perpetuán cúclicamente una cierta carencia de herramientas mentales, lo que impide las chances de tomas las decisiones correctas para salir de la pobreza."
por FABRICIO BALLARINI
Los seres humanos, como animales que somos, carecemos profundamente de igualdad. ¿En qué sentido? En que somos igualmente desiguales.
El solo hecho de vernos al espejo nos hace reflexionar que la desigualdad en la naturaleza sale con fritas (sobre todo si uno se compara con Brad Pitt). Pero si para angustiarnos estamos, la desigualdad no solo está relacionada con la frívola anatomía humana, sino en cierto punto con la identidad con la frívola anatomía humana, sino en cierto punto con la identidad. Ser distinto está bueno porque te hace ser vos.
La lista de desigualdades está en el plano socio económico. Es por eso que la ciencia puso el foco en las consecuencias que puede tener un sujeto en condiciones marginales. Ya por el año 2009 algunos neurocientíficos se dieron cuenta de que era bastante lógico asociar un buen pasar socio económmico con una mejora en las funciones que nos hacen más humanos, como razonar, resolver problemas, planificar, ejecutar, tener memoria de trabajo y demás). Es verdad que suena algo escalofriante saber que una desigualdad en el poder económico puede marginarnos definitivamente de mejoras cognitivas, pero les aseguro que lo peor está por venir, párrafos más abajo.
Unos años más tarde los científicos se asomaron para ver qué pasaba en el cerebro, o más precisamente en la corteza (región cerebral que confiere el procesamiento cognitivo avanzado), al comparar personas con diferentes niveles económicos de vida. Las imágenes obtenidas a través de resonancia magnética permitieron medir la superficie de la corteza, ya que investigaciones previas habían sugerido que la corteza crece durante la infancia y la adolescencia, por lo cual sería un indicador sensible sobre las capacidades cognitivas. Sumado a esto, también existían evidencias para pensar que la corteza aumenta de tamaño como resultado de las experiencias de la vida.
Los resultados publicados mostraron una notable correlación entre la superficie cortical y el nivel socio económico y educativo.
Por ejemplo, en el plano educativo, se observó que existe un vínculo entre le número de años de educación que tuvieron los padres y el tamaño de regiones relacionadas con el lenguaje, la lectura y las funciones ejecutivas de sus hijos. En los datos publicados se observa una diferencia del 3% en el tamaño de la corteza entre los hijos de padres que tienen secundaria completa (por lo menos doce años de educación continua) y los de padres universitarios (con más de quince años en el sistema educativo).
Para sumar culpa al desarrollo cerebral de tus hijos, los investigadores hicieron la misma evaluación separando a los sujetos según los ingresos mínimos en los estratos más pobres de nuestra sociedad. Fundamentalmente más pobres tienen el 6% menos de corteza cerebral que los hijos de familias de clase media.
Entender que tener el cerebro más pequeños a causa de marginalidad que está vinculado directamente a déficit cognitivos es comprender una parte importante de la condena social. En simples palabras, justificar científicamente que las deficiencias económicas y educativas conllevan un deterioro intelectual por el cual seguramente se perpetúe la pobreza. Tomar malas decisiones, no tener la capacidad de comprender, no poder razonar correctamente o tener problemas de aprendizaje está ligado a los niveles terribles de desigualdad. Acotar esa brecha es brindar la posibilidad de creer.
En el aparato de las posibles explicaciones de esta desigualdad socio económica y cerebral podemos hacer referencia a los siguientes puntos. En relación con las familias con niveles socio económicos bajos, los altos niveles de estrés podrían estar inhibiendo el crecimiento de esa corteza. Por otro lado, cuando las condiciones ambientales son adversas, el contacto con toxinas o los niveles insuficientes de nutrición también podrían explicar las limitaciones en el crecimiento normal del cerebro. En cambio, las diferencias con los estratos con mayor poder adquisitivo podrían también relacionarse con el grado de estimulación cognitiva fomentada a sus hijos.
Es fundamental alertar que dichas investigaciones señalan que las capacidades cognitivas, sobre todo en la niñez, pueden mejorar significativamente con el ingreso de sus padres. Estos resultados además de fundamentar la creencia de ligar la pobreza a la desigualdad intelectual, apoyan la idea de políticas de inclusión como única forma de romper con el ciclo perpetuo de marginalidad económica, educativa e intelectual.
El círculo vicioso de las malas decisiones
Si algo nos enseña la cotidianeidad es que la vida es una continua toma de decisiones. Desde la habitual pregunta que podemos hacernos todas las mañas sobre si tomamos este tren que viene completo o esperamos el siguiente hasta la difícil elección que nos plantea optar por un ascenso laboral con mejor sueldo pero con menos tiempo libre. Decidir bien nos permite crecer; en cambio, una mala decisión nos puede impedir obtener mejoras en nuestra calidad de vida.
Probablemente desde nuestra visión más naif podamos aconsejar a un amigo o decidir a partir de los pocos parámetros que nos pueda brindar la experiencia. Y la efectividad, o la suerte, es la muestra fehaciente sobre el grado de éxito que puede tener una elección.
Pero evitemos compararnos con el vecino que invirtió en la bolsa y dejemos de pensar en aquel bonito videoclub que inauguramos durante el verano de 2013. En fin, ¿qué nos hace tomar buenas o malas decisiones?
Para responder esta pregunta crucial, los neurocientíficos han hallado una fatídica conclusión: las condiciones de pobreza engendran una permanente mala toma de decisiones, lo que dificulta aun más la salida.
Es tan fuerte el impacto de la pobreza sobre la toma de decisiones que se ha proyectado que la carga mental que tiene un sujeto en dichas condiciones económicas sería sería el equivalente a disminuir su coeficiente intelectual en 13 puntos. Pero ¿por qué sucede esto?
Diversas investigaciones sugieren que las condiciones económicas suelen estar relacionadas con malas resoluciones a la hora de tomar decisiones. En un estudio muy original que involucró a más de 400 personas, los científicos (en su mayoría psicólogos cognitivos) indagaron cómo respondían al siguiente conflicto:
Si usted sufre un accidente y el auto resulta averiado, ¿de qué manera lo resuelve?
Las opciones fueron las siguientes:
> Lo paga con el dinero que obtiene de su trabajo.
> Saca un préstamos.
> Pospone la reparación.
> Sus respuestas deberían ser consideradas bajo dos condiciones; la primera era si el costo de la reparación rondaba los 150 dólares. La segunda condición, mucho más compleja, era saber qué hacer si el costo total del arreglo era de 1.500 dólares.
Con el objetivo de evaluar cómo afectaba la combinación de la situación de la situación económica y la toma de decisiones a la hora de resolver un problema, los investigadores no solo clasificaron a los participantes por ingresos anuales sino que paralelamente les realizaron una breve serie de pruebas cognitivas.
Los resultados fueron sumamente llamativos, ya que evidenciaron que cuando el escenario se presentaba sencillo, es decir, cuando el costo era de solo 150 dólares, tanto las personas previamente clasificadas con menores ingresos como los más adinerados resolvían las pruebas cognitivas de igual manera.
En cambio, cuando la toma de decisión se volvía mucho más compleja, porque debían imaginariamente realizar un gasto sustancial (USD 1.500) que seguramente les perjudicaría la economía doméstica, el resultado no fue tan simétrico entre ricos y pobre. Las personas con menores recursos (hay que destacar que no eran personas con extrema pobreza. Sino con recursos económicos limitados) resolvían la pruebas cognitivas y de inteligencia de peor manera que los sujetos con sueldo más holgados.
Esto podría indicar algo sencillamente notable, y es que ante una toma de decisiones con alto grado de dificultad, las personas con menos capacidades económicas brindad una respuesta cognitiva inferior. Como si existiese una cantidad limitada de “energía mental” que al ser empleada en un toma de decisiones riesgosa no pudiera utilizarse para otros recursos cognitivos e intelectuales.
Como primera aproximación a estos resultados podríamos pensar que las diferencias están vinculadas al acceso a la educación y a la alimentación, al estrés o a la escasez de experiencia previa (nunca haber tenido un conflicto de 1.500 dólares, por ejemplo) más que a los ingresos monetarios. Pero como en ciencia nada es intuitivo, los investigadores realizaron un experimento brillante para dilucidar esta cuestión.
Tomaron registros de una población de agricultores de caña de azúcar de la India que presentaba un ciclo anual de pobreza y riqueza. Encontraron que estos trabajadores que vivían la mitad del años en situación de pobreza y que luego de la cosecha pasaban rápidamente a ser ricos presentaban un patrón muy similar al hallado en las personas anteriormente evaluadas (test del gasto del choque del auto): cuando esas mismas personas se encontraban en su etapa con menores ingresos, sus evaluaciones cognitivas y de inteligencia presentaban un menor valor que cuando se encontraban en un estado de riqueza.
Dicho de otro modo, sus cerebros respondían de distinta manera según la situación económica por la que estaba pasando. Así fue que descartaron que las diferencias estuviesen relacionadas con los niveles educativos entre ambos grupos (dado que ahora las personas evaluadas son las mismas, aunque en dos momentos económicos polares).
Resultados como éstos -aunque no definitivos y sujetos a discusiones y polémicas- reflejan a la luz de la neurociencia una visión completamente distinta sobre cómo situaciones o comportamientos que no parecen directamente relacionado con nuestras funciones cerebrales intervienen y modulan nuestra inteligencia de manera inmediata. Asimismo, estos conocimientos permiten entender que aliviar la situación financiera de las personas en condiciones desfavorables de pobreza podría permitirles tomas mejores decisiones.
Cobrar un sueldo no solo puede aliviar una situación financiera, sino también liberar un gasto de “energía mental” que puede ser empleada en resolver otros problemas. De modo contrario, cuando el bolsillo urge y el cinturón cada día aprieta más, la demanda cognitiva es tan elevada para la subsistencia que quita la posibilidad de redistribuir parte de esa energía en resolver otras demandas cognitivas es tan elevada para la subsistencia que quita la posibilidad de redistribuir parte de esa energía en resolver otras demandas cognitivas. Bajo estas condiciones, estas personas perpetuán cúclicamente una cierta carencia de herramientas mentales, lo que impide las chances de tomas las decisiones correctas para salir de la pobreza.
El conocimiento de nuesto cerebro es importante para sabes cómo pensamos, cómo actuamos, como intentamos sobrevivir al estrés, pero no solo para eso. Conocer nuestro cerebro también es de importancia para poder mejorar nuestra salud, para proyectar nuevas estrategias de enseñanza o simplemente para comprender que la exclusión social y económica fomenta la desigualdad cognitivas. Y saber que esas políticas educativas deben acompañarse también de soluciones económicas que permitan a esa parte de la sociedad carente de recursos un alivio mental necesario para emprende nuevos desafíos cognitivos.
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