¿Qué falta para que la situación de violencia que se vive en Honduras, Guatemala y El Salvador reciba el nombre que verdaderamente la describe: "guerra"? Así lo plantean Robert Muggah y Steven Dudley en la revista estadounidense The Atlantic: "Estos países están experimentando guerras en todo sentido excepto el nombre, y la comunidad internacional ha hecho poco por prevenir el desastre que se está desencadenando."
Ben Carson.
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). Analizando su crecimiento arrollador, hay quienes argumentan que el término ‘mara’ viene de ‘marabunta’, que es una especie feroz de hormigas que arrasan todo a su paso.
El término 'hormiga guerrera', 'hormiga legionaria' o 'marabunta', se aplica a unas 200 especies de hormigas de diferentes subfamilias y géneros, que se caracterizan por su agresivo comportamiento depredador, su carácter nómadae y sus incursiones en las que un enorme número de hormigas (de 100.000 a 2 millones de obreras adultas en columnas de hasta 20 m de ancho y 200 m de largo) se adentran en un área, atacando a sus presas en masa.
“En menos de dos décadas, las pandillas maras se convirtieron en una de las organizaciones criminales trasnacionales más exitosas de América Latina al saltar desde su base en Los Ángeles, Estados Unidos, a varios países centroamericanos”, explica la BBC.
Hoy las maras están presentes en lo que es conocido como el Triángulo del Norte centroamericano (Honduras, Guatemala y El Salvador), y en más de 40 estados norteamericanos, entre ellos California y Virginia.
A pesar de que la más reciente guerra civil centroamericana terminó a mitad de los años ’90, el Triángulo del Norte mantiene todas sus características y patrones, explica The Atlantic. El número de muertos que acarrea la violencia, los sofisticados tipos de arma que son utilizadas por los delincuentes y los niveles de destrucción que provocan son los propios de una guerra.
Los grupos armados controlan allí territorios y poblaciones enteras, sustituyen al Estado haciendo de árbitro en conflictos entre ciudadanos, llevan a cabo operaciones con precisión militar y hasta negocian acuerdos de paz y ceses del fuego. Están asociados a políticos, empresarios, banqueros y abogados de la región, generando una relación simbiótica que los vuelve indispensables para el funcionamiento del país. De esta manera, financian campañas políticas e invierten en emprendimientos y start-ups.
18 personas asesinadas por día en El Salvador
Los números de la violencia de las “maras” son escalofriantes: en lo que va de 2015, más 5.050 personas fueron asesinadas en El Salvador. Según el Instituto de Medicina Legal de ese país, 18 personas son asesinadas por día. La tasa de homicidios es 15 veces más alta que el promedio global.
Honduras vive una situación comparablemente dramática: el total de muertes violentas reportada en los primeros 6 meses del año fueron 2.580, según informó el Sepol (Sistema Estadístico Policial en Línea) de ese país. O sea, 14 personas son asesinadas por día en Honduras.
En Guatemala hubo 4.281 homicidios entre enero y septiembre de 2015, según estadísticas divulgadas por el Inacif (Instituto Nacional de Ciencias Forenses). A diario se cometen allí un promedio de 15 crímenes.
La tecnología: herramienta para delinquir
Las maras, de naturaleza trasnacional, han sabido sacar provecho de la proliferación de plataformas digitales de comunicación para llevar a cabo sus operaciones. La tecnología, que ha disuelto las fronteras a nivel mundial, ha también favorecido a las pandillas delictivas.
Como antecedente está el caso de grupos mexicanos que secuestraron ingenieros y especialistas en sistemas para ayudarlos a construir software de comunicación que superen a los gubernamentales, explica The Atlantic. La migración de las maras “al ciberespacio significa que sus operaciones son, por definición, trasnacionales”, dicen Muggah y Dudley en un artículo de Foreign Policy.
No sólo las fronteras entre naciones son permeables hoy gracias a la tecnología: también los muros carcelarios se vuelven superfluos ante el poder que proveen las redes móviles.
Los líderes de la mara Salvatrucha, por ejemplo, detenidos en la prisión de Ciudad Barrios (en el departamento de San Miguel, El Salvador), dirigían hasta hace poco sus operaciones desde atrás de las rejas a través de sus smartphones.
Los jefes de Barrio 18, encerrados en la prisión de Izalco (en el departamento de Sonsonate, El Salvador), también enviaban sus órdenes mediante mensajes de texto. “Algunos líderes pandilleros hasta posteaban actualizaciones de sus actividades criminales en Facebook, MySpace y Twitter” , dice Foreign Policy.
Adolescente quedaron al mando
La particularidad de la comunicación pandillera es que los significados de sus mensajes son difícilmente rastreables porque se manejan con códigos propios, casi tribales. Símbolos, colores y números cuyo significado solo ellos conocen.
A fines de 2013, las autoridades salvadoreñas emprendieron el bloqueo de la cobertura móvil y el acceso a Internet en las cárceles para tratar de detener este modus operandi. Según Muggah y Dudley, las consecuencias fueron nefastas: ante la falta de comunicación con los líderes de la vieja guardia, se rompió la estructura y miembros adolescentes de las pandillas quedaron al mando.
Semejante situación desencadenó sangrientas guerras al interior de las maras, que se le suma a la que ya existe entre ellas, y a la que se da entre estas y la Policía. Esto, según los especialistas, explica que la violencia de las maras en El Salvador se haya vuelto en estos últimos años más brutal e incontrolable. “Hoy, la mayoría de la violencia pandillera salvadoreña está cubierta por células pandilleras autónomas manejadas por adolescentes.”
Expectativa de vida de un mara: 25 años
La expectativa de vida de un mara es desconsoladora. Según la Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Carolina Sampó, un mara no suele vivir más de 25 años.
“Los mareros suelen morir antes de los 25 años debido a los niveles de violencia y al consumo de drogas a los que están expuestos; porque además es necesario considerar que la mayoría ingresa a la clika o tribu entre los 9 y los 12 años de edad,” explica en el portal argentino Bastión Digital.
La especialista confirma que la mara es una organización trasnacional (miembros en distintos países y de distintas nacionalidad), que se sustentan a través de robos, extorsiones, narcomenudeo y el asesinato por encargo. “Se sabe que las clikas o tribus interactúan con organizaciones criminales, especialmente dedicadas al narcotráfico para las que cumplen tareas como los asesinatos por encargo o la venta de drogas en el barrio”, explica Sampó y coincide con Nuggah y Dudley en cuanto a la relación de estos grupos con la política: “Para muchos, las clikas o tribus tienen un poder político nada desdeñable ya que son capaces de arrastrar un número de votos capaz de dar vuelta una elección.”
Cuál será la actividad principal de sustento de una mara dependerá de dónde esté ubicado su centro geográfico: “Si hablamos de una clika o tribu del centro de San Salvador, sus mayores ingresos provendrán de las extorsiones a los comerciantes formales e informales, mientras que si nos referimos a alguna ubicada en Guatemala, en la frontera con México puede que sus ingresos provengan del sicariato o del tráfico de personas.”
La mara como familia sustituta
Sampó adjudica el surgimiento de las maras a las migraciones forzadas por las guerras civiles de los años ’80 en el Triángulo del Norte hacia Estados Unidos. Ante la marginalidad que los recién llegados sufrían en la sociedad norteamericana, surge la mara como un elemento de inclusión y contención.
Es que la mara no es exclusivamente una asociación entre personas para delinquir, también hay un componente afectivo: la mara funciona como una estructura familiar, lugar de reconocimiento y subsistencia socio-económica. A fines de los ’90, Estados Unidos comienza con una política de deportación de inmigrantes irregulares que habían cometido más de tres delitos, bajo la política “Three strikes and you are out” (Tres golpes y estás afuera, una frase tomada del béisbol, deporte muy popular en ese país). Esto traslada la violencia de las maras de vuelta a los países centroamericanos.
El fin último de las maras, destaca Sampó, no es ni ganar dinero (lo que los diferencia del crimen organizado) ni tomar el poder en términos tradicionales (por lo que no son guerrilleros).
En cambio, los maras “tienen un poder mucho más tangible en sus comunidades. Los réditos económicos y políticos que puedan conseguir sirven para llevar adelante una vida plagada de excesos que se centra en ‘drogas, sexo y dinero’.”
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