SANTO DOMINGO.- Más de un siglo ha pasado, y la lucidez y el buen
sentido del humor permanecen intactos en la señora María Francisca
Tejeda, quien no se ha dejado intimidar por los estragos de la vejez
para mostrar la sonrisa más pura y brillante.
Su cuerpo un tanto maltratado por los años y sus manos delgadas y arrugadas, han sido producto de su historia, marcada por una niñez laboriosa, pero feliz. Aún con sus 108 años a cuesta, recién cumplidos, recuerda cómo a las seis de la mañana cada día se levantaba para trabajar junto a sus 14 hermanos en su pueblo de Monte Bonito, en San José de Ocoa. “Mi mamá fue una mujer de agricultura, nos ocupábamos todos de trabajar el conuco. Así nos crió ella”, balbucea.
Mientras habla, sentada en el mueble de su humilde casa, su hija menor de 77 años, Luisa Tejeda, la mira con la admiración más honda; comparte con ella todos sus miedos y esperanzas debajo del mismo techo.
“Mamá se porta muy bien, a las mil maravillas, siempre está haciendo chistes. Me siento encantada de la vida, es lo único que me queda, no tengo hijos y soy divorciada”, comenta Luisa con alegría, quien agradece a Dios la dicha de ver a su progenitora con vida.
La doña, quien utiliza un bastón para sostener su cuerpo, luego de que en este año experimentara dos caídas que afectaron su columna, se desplaza y se asea sin ayuda. “Ya yo no sirvo pa’ na’, estoy desbaratada, es cayéndome que estoy. No tengo nada que darles a ustedes, solo la gracia de Dios”, exclama “La abuela”, como es llamada por los vecinos del barrio.
Admite que las casi 11 décadas que ha vivido han hecho que su memoria olvide con facilidad hechos recientes, pero cuenta que a veces recuerda más acontecimientos antiguos que actuales. Una muestra de ello es la fluidez con la que relata que cuando era joven tuvo que cocinar 12 libras de arroz, cuatro gallinas y un pollo criollo a ocho hermanos que eran seguidores de Pancho Peinado y andaban en campaña. “Yo le cociné a la gente que fueron al pueblo”, recuerda.
Una de las cosas que más disfruta María Francisca es comer, no sufre de ninguna enfermedad ni toma pastillas para la presión. “Ni me duele la cabeza ni me da fiebre. Ya yo no hago nada aquí, solo comer, yo no le paro a nada, me como todo lo que aparezca”, expresa y luego se ríe, provocando que todos a su alrededor también lo hagan.
NO ESPERABA PARA HACER SUS QUEHACERES
Desde lavar, planchar, barrer y deyerbar terrenos, además de cuidar conucos, formaron parte del estilo de vida de esta dama, quien rememora todo lo que tuvo que pasar para criar a sus 12 hijos, de los cuales solo sobreviven cuatro. Al tocar el tema de su esposo, quien hace más de 20 años murió, la nostalgia la invade y sólo alcanza a decir que juntos trabajaron mucho para sacar adelante a su familia.
A la señora le resulta fácil distinguir las diferencias de la época en la que creció y la sociedad actual. “Ahora es un desastre, antes había respeto y cariño con la gente, ahora no, lo que hay es mucha bulla”, resalta.
Uno de los mejores ejemplos y enseñanzas que María Francisca les deja a sus hijos, y a sus más de cien nietos, biznietos y chornos, es que busquen de Dios y vivan bajo la sombra de la honradez. “Espero al Señor que venga a levantarme”, clama.
Su cuerpo un tanto maltratado por los años y sus manos delgadas y arrugadas, han sido producto de su historia, marcada por una niñez laboriosa, pero feliz. Aún con sus 108 años a cuesta, recién cumplidos, recuerda cómo a las seis de la mañana cada día se levantaba para trabajar junto a sus 14 hermanos en su pueblo de Monte Bonito, en San José de Ocoa. “Mi mamá fue una mujer de agricultura, nos ocupábamos todos de trabajar el conuco. Así nos crió ella”, balbucea.
Mientras habla, sentada en el mueble de su humilde casa, su hija menor de 77 años, Luisa Tejeda, la mira con la admiración más honda; comparte con ella todos sus miedos y esperanzas debajo del mismo techo.
“Mamá se porta muy bien, a las mil maravillas, siempre está haciendo chistes. Me siento encantada de la vida, es lo único que me queda, no tengo hijos y soy divorciada”, comenta Luisa con alegría, quien agradece a Dios la dicha de ver a su progenitora con vida.
La doña, quien utiliza un bastón para sostener su cuerpo, luego de que en este año experimentara dos caídas que afectaron su columna, se desplaza y se asea sin ayuda. “Ya yo no sirvo pa’ na’, estoy desbaratada, es cayéndome que estoy. No tengo nada que darles a ustedes, solo la gracia de Dios”, exclama “La abuela”, como es llamada por los vecinos del barrio.
Admite que las casi 11 décadas que ha vivido han hecho que su memoria olvide con facilidad hechos recientes, pero cuenta que a veces recuerda más acontecimientos antiguos que actuales. Una muestra de ello es la fluidez con la que relata que cuando era joven tuvo que cocinar 12 libras de arroz, cuatro gallinas y un pollo criollo a ocho hermanos que eran seguidores de Pancho Peinado y andaban en campaña. “Yo le cociné a la gente que fueron al pueblo”, recuerda.
Una de las cosas que más disfruta María Francisca es comer, no sufre de ninguna enfermedad ni toma pastillas para la presión. “Ni me duele la cabeza ni me da fiebre. Ya yo no hago nada aquí, solo comer, yo no le paro a nada, me como todo lo que aparezca”, expresa y luego se ríe, provocando que todos a su alrededor también lo hagan.
NO ESPERABA PARA HACER SUS QUEHACERES
Desde lavar, planchar, barrer y deyerbar terrenos, además de cuidar conucos, formaron parte del estilo de vida de esta dama, quien rememora todo lo que tuvo que pasar para criar a sus 12 hijos, de los cuales solo sobreviven cuatro. Al tocar el tema de su esposo, quien hace más de 20 años murió, la nostalgia la invade y sólo alcanza a decir que juntos trabajaron mucho para sacar adelante a su familia.
A la señora le resulta fácil distinguir las diferencias de la época en la que creció y la sociedad actual. “Ahora es un desastre, antes había respeto y cariño con la gente, ahora no, lo que hay es mucha bulla”, resalta.
Uno de los mejores ejemplos y enseñanzas que María Francisca les deja a sus hijos, y a sus más de cien nietos, biznietos y chornos, es que busquen de Dios y vivan bajo la sombra de la honradez. “Espero al Señor que venga a levantarme”, clama.