Dilma Rousseff dijo en la noche del lunes 27/10 a TV Globo que realizará los cambios necesarios en su equipo entre noviembre y fin de año, alargando el suspenso sobre quién reemplazará al ministro de Hacienda Guido Mantega. Ella también indicó que pretende dialogar con los sectores financiero y empresarial, y discutirá con calma para decidir los cambios que la sociedad anhela. "Cambios serán hechos. Pero no necesitamos copiar lo que fue hecho en el 2002 y en el 2003. La situación es diferente", expresó en un reportaje previo con TV Record, el primero que brindó tras ser reelecta. "El mercado se va a calmar", agregó en referencia a la baja de las acciones en la Bolsa de Valores de Sao Paulo. También resaltó que nuevas medidas económicas "serán justamente fruto de un diálogo". En tanto, escribió una periodista que fue funcionaria de Luiz Inácio Lula da Silva y ahora es columnista de la web Brasil 247:
Guido Mantega, uno de los peores errores de Dilma Rousseff...
por TEREZA CRUNIVEL
BRASILIA (247). Poco más de la mitad del país amaneció satisfecha; la otra mitad, frustrada. Y el mercado financiero, en la resaca de la derrota, después de haber apostado tanto contra Dilma, mantuvo su marca de la campaña: bolsas en baja, dólar en alza. El mapa electoral de Brasil, en rojo y azul, recuerda a la ciudad de Parintins, en la Amazonia, dividida entre los bueyes Caprichoso y Garantido. El "Sur-Sudeste maravilla" votó a Aécio, el Norte-Noreste, socialmente agreste, a Dilma. Aun negando la división, Dilma se dio cuenta de lo que pasa, al saludar con paz, unión y cambios durante el discurso que dio después de su victoria.
La escisión política del país ante el resultado electoral no es retórica de perdedor ni metáfora de analista político. Lula ganó en la segunda vuelta de 2002 con el 61,2 % de los votos y repitió el éxito en 2006 con el 60,8 %. En 2010, con la elección de Dilma, la mayoría electoral petista cayó al 56,05 %, y ahora, al 51,6 %. Dilma perdió cerca de tres millones de votos por la embestida de la revista Veja y los rumores sobre el asesinato del cambista Youssef en los 2 últimos días de la campaña (una sangría que jamás sabremos qué proporciones tuvo). Sin embargo, la escisión ya estaba esbozada, aunque menos aguda: Dilma tenía el 53 % en la encuesta de Datafolha del jueves, y Aécio Neves, el 47 %. La diferencia de 6 puntos cayó a 3.
La mayoría electoral escasa no le resta la legitimidad, ni el escenario brasileño es tan difícil como se decía en el fragor de la campaña, pero le impone a la presidenta el desafío de combinar continuidad con cambios. El electorado se divide así cuando ni la voluntad de cambio ni la de continuidad son suficientemente mayoritarias para garantizar un resultado de colores nítidos, en un sentido o en otro. Como en 1994 y 1998 con Fernando Henrique Cardoso. Como en 2002 y 2006 con Lula. Ya empezó a enfrentar el desafío, al comprometerse al diálogo —palabra que mencionó cinco veces— y a la búsqueda de la unidad.
Y reconoció también que “la palabra más repetida, más dicha, más mencionada, más dominante fue ‘cambio’”, y se declaró dispuesta a atender este deseo. Le corresponderá a ella, al Partido de los Trabajadores (PT) y al arco de sus alianzas elegir entre lo que debe seguir y lo que debe cambiar, buscando combinar el paso con la voluntad nacional.
Lo que la mayoría de los electores eligió mantener, al darle a Dilma el segundo mandato, es muy claro: las conquistas de los más pobres en los gobiernos del PT y las políticas públicas inclusivas, que buscan un país menos escandalosamente desigual e injusto, dentro de los márgenes permitidos por las reglas del capitalismo. Más equidad, inclusive regional, dijo el Noreste.
Por otro lado, el deseo de cambio, aunque concreto y expresado en encuestas por el 70 % de los entrevistados, en los últimos meses (que incluye una porción del electorado petista) es más difuso.
El sector financiero quiere una gestión económica más rígida; el sector productivo, menos activismo económico del Estado. Pero ¿cómo hacerlo sin comprometer lo que debe continuar? Dilma debe dar una primera respuesta en las próximas horas al divulgar el nombre del futuro ministro de Hacienda. Un nombre que les sugiera a estos sectores las inflexiones que hará, pero que deje claro que no pueden comprometer la continuidad de lo que ya se aprobó. El futuro ministro, dicen auxiliares de Dilma, será elegido, pero solo asumirá en enero. Hasta entonces, hará la transición con el longevo ministro Mantega, a quien Dilma y Lula le deben mucho, pese al desgaste al final de tantos años. Dejemos de especular sobre nombres: Mercadante, Wagner, Barbosa, Josué de Castro… tal vez ni la Presidenta lo haya decidido aún.
Pero el mayor pedido de cambio salió sobre todo de las clases medias, que le dieron a Aécio Neves la mejor votación del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) desde que fue enviado a la oposición en 2002. Reclaman que el Estado preste más y mejores servicios públicos, que efectivamente se contenga y castigue la corrupción, que los políticos tengan más compostura, y el Poder Ejecutivo también, en su relación con los partidos. Que haya más sintonía entre representantes y representados. Todo eso ya se dijo, a los gritos y con carteles, en las jornadas de junio del año pasado.
A estos clamores Dilma también intentó responder prometiendo darle prioridad a la reforma política, que dirigirá el Congreso, tal como manda la Constitución, pero con la participación de la sociedad a través de un plebiscito. ¿Cómo conseguirá eso la Presidenta de un Congreso que es conservador y atrasado, y no estará dispuesto a compartir prerrogativas con la democracia directa? ¿Cómo recomponer una coalición parlamentaria que la elección fragmentó? ¿Cómo recomponer la alianza con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) después de las derrotas sufridas por el partido? La de Eunício Oliveira en Ceará y la de Henrique Alves en Rio Grande do Norte dejarán heridas. La victoria de Pezão ayuda a Dilma, ya que son buenos amigos y Río de Janeiro debe mantener una buena colaboración con el gobierno federal. El PMDB anti-PT también se fortaleció, con Sartori victorioso en Rio Grande do Sul contra el petista Tarso Genro. ¿Cómo construir puentes efectivos hacia la otra mitad del país, lo que significará retomar el diálogo y las negociaciones con la oposición, después de tantas escaramuzas entre Dilma y Aécio, entre el PT y el PSDB, entre partidarios de uno y otro en las calles y en las redes sociales?
Para eso, Dilma necesitará un comando político mucho más efectivo que el que tuvo en el primer mandato. Ella no es Lula, un animal político de olfato fino, pero descuidó la coordinación política en el primer mandato. Por eso Jacques Wagner y Miguel Rossetto tendrán papeles importantes, así como Fernando Pimentel, gobernando el estado de Minas Gerais que le ayudó a garantizarle la victoria. Con Ricardo Berzoini en las Relaciones Institucionales, Dilma mejoró bastante su articulación política, pero, cuando él entró, la campaña ya estaba comenzando. Y ahora, puede recibir una nueva e importante misión en el Ministerio de Comunicaciones. Debe enfrentar el problema de un nuevo marco regulatorio para los medios de comunicación, preservando la plena libertad de expresión pero conteniendo los abusos del poder mediático. Algunos dudan de que la presidenta enfrente ese tema, algunos apuestan que lo hará.
Para enfrentar la corrupción, no bastará aprobar las medidas que anunció en la campaña. El caso Petrobrás ahora estará nuevamente en cartel, puede hacer sangrar al PT como en el mensalão. La reforma política tiene el poder de cohibir las transacciones tenebrosas que favorecen a los corruptos y a las grandes corporaciones económicas en nombre del financiamiento de la política. Pero la reforma política no basta. Será necesario dar demostraciones cabales de intolerancia, le duela a quien le duela, como dijo la Presidenta.
Además de estos y otros desafíos en la fina sintonía que buscará entre cambiar y conservar, está la cuestión subjetiva. Dilma tiene que enfrentar a Dilma. Ella también parece haber reconocido el peso de su personalidad en la creación de las dificultades que casi le costaron la reelección. “Quiero ser una presidenta mucho mejor de lo que fui hasta ahora. Quiero ser una persona todavía mejor de lo que me he esforzado por ser. Este sentimiento de superación debe no solo impulsar al gobierno e impulsarme a mí, sino a toda la Nación”.
En las entrelíneas parece decir que pretende oír más (inclusive a Lula), ser menos dueña de la verdad, juzgar con menos severidad y contener el voluntarismo. Si fue sincera, lo logrará. Cambiar no es fácil, más aún después de los cuarenta. Pero quien soportó la tortura sin flaquear puede perfectamente domar su impetuosidad en búsqueda de las convergencias necesarias para cumplir sus promesas. Y ella hizo buenas promesas, respaldadas en el legado del primer mandato, gracias a las cuales convenció a la mayoría a apostar por la continuidad.
En la biografía de Dilma escrita por el periodista Ricardo Amaral y lanzada en 2010, la presidenta dijo más de una vez, al recordar su vida pasada: “Nunca fue fácil”. Ahora tampoco fue fácil, pero las condiciones objetivas están dadas para que logre un segundo mandato mucho mejor. Las subjetivas, las puede crear.
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