Bill Murray es un practicante del deadpan, el humor seco, el arte de lo imperturbable. Y lo practica en St. Vicent, un largometraje realizado a su medida: un jubilado amargado de vida desordenada que resulta tener un gran corazón oculto, debut del director Theodore Melfi. Vincent tiene que hacer de cuidador/última opción del hijo de su vecina (Melissa McCarthy) soltera y con un trabajo que no le deja ni tiempo para ir a buscar a su hijo al colegio.
Bill Murray como St Vincent, un debut más que digno para el realizador Theodore Melfi, porque con un personaje principal muy bien desarrollado e interpretado, más algunos momentos puntuales muy bien logrados, es capaz de articular un relato entrañable y honesto.
En esta oportunidad, Murray interpreta a Vincent, un viejo malhumorado cuyos únicos gustos parecen ser el alcohol, el juego y la prostitución. Socialmente no parece llevarse bien con nadie excepto con una prostituta en particular, con quien tiene un trato muy amable.
En ese sentido, la pelÃcula tiene varios puntos en común con “Un gran chico”, en la cual un mujeriego Hugh Grant “enseñaba a vivir” al hijo de una madre soltera. Pero St. Vincent es bastante más obvia y, por lo tanto, mucho menos interesante. A lo largo de la pelÃcula se van revelando información sobre el personaje principal, datos que ayudan a entender su personalidad y demuestran que es algo más que un viejo gruñón. El resto de los personajes funciona bajo una fórmula bajo la cual todos logran resolver sus problemas sin demasiado esfuerzo: ningún conflicto es tan importante.
Esa transformación abrupta, sumado a los intentos desesperados (y fallidos) por generar determinadas sensaciones en el espectador, convierten a St. Vincent en una pelÃcula demasiado sencilla y poco arriesgada en muchos aspectos. Cumple con un conjunto de convenciones del drama de redención, pero lo hace de manera demasiado literal, por lo que produce la sensación de que todo lo que tiene para ofrecer ya fue realizado anteriormente en otras pelÃculas, y de manera mucho más acertada.
Un comentario aparte merece la musicalización, que parece querer salvar todo lo que no puede resolver con el resto de los recursos. Entonces, cada vez que la puesta en escena es insuficiente para generar emoción, llega la música como refuerzo y evidencia de esta falencia.
Pero más allá de sus lugares comunes y algunos desaciertos, St Vincent es un debut más que digno para el realizador Theodore Melfi, porque con un personaje principal muy bien desarrollado e interpretado, más algunos momentos puntuales muy bien logrados, es capaz de articular un relato entrañable y honesto.
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