¿Qué pasa por la cabeza del presidente de Estados Unidos?

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¿Cómo se le llama a la salida imprevista e involuntaria de un presidente electo democráticamente? y ¿qué pasa cuando un presidente electo se niega a abandonar el cargo?

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A pesar de las leyes, las instituciones y de la inagotable literatura académica, lo cierto es que, a veces, las transiciones de poder son desordenadas y confusas.

Andrew Higgins escribía ayer [en inglés] que en la caja de herramientas de los dictadores hay varias estrategias conocidas: argüir fraude, negar la derrota y usar la maquinaria del gobierno para revertir los resultados electorales cuando no les favorecen.

Por el contrario, cientos de peruanos han salido a las calles esta semana después de que el Congreso destituyó al presidente Martín Vizcarra, quien gozaba de amplio apoyo popular. Mis colegas Mitra Taj y Anatoly Kurmanaev reportaban [en inglés] que los manifestantes denunciaron “lo que han llamado un ‘golpe’ congresal, al acusar a los legisladores de pervertir la justicia para su beneficio personal en un momento de grave crisis nacional”.

Ninguno de estos escenarios, que como observa Amanda esta semana ponen a prueba los mecanismos democráticos, son agradables.

— Elda Cantú

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¿Golpe o ingenuidad?

El presidente Trump ha tratado de condicionar a un gran segmento del público estadounidense a no creer en nadie más que en él, con evidente éxito.Doug Mills/The New York Times

En estos días todos se preguntan qué pasa por la cabeza del presidente Donald Trump, hasta dónde va a llegar. ¿El presidente de Estados Unidos está intentando un torpe autogolpe para quedarse en el poder? ¿Está interpretando un calculado acto de bravuconería para quedar bien ante las cámaras? ¿O de verdad está engañado sobre el hecho de que perdió la elección? Cualquiera de esas posibilidades es terrible. Pero, sin duda, la primera sería la peor de esta lista de opciones desagradables.

Así que fue un alivio encontrarme con este hilo de Twitter de Erica de Bruin, una profesora del Hamilton College que literalmente escribió el libro sobre cómo prevenir golpes de Estado. “El tipo de medidas que está tomando Trump para desacreditar las elecciones y permanecer en el poder son increíblemente preocupantes, pero no son un golpe”, escribió.

“Es muy raro intentar un golpe sin el respaldo del ejército”, escribió Bruin. “No creo que nadie que estudie el ejército de Estados Unidos piense que apoyaría un golpe”. El ejército es una institución diversa y muy profesionalizada. Entonces, si bien el presidente Trump y otros miembros del Partido Republicano podrían insinuar, amenazar o incluso hacer una campaña a favor de un golpe, sin el respaldo de los militares sería poco probable que realmente suceda.

Y, como escribí la semana pasada, los golpes exitosos necesitan una coordinación con las élites poderosas (nadie quiere participar en un golpe fallido). Entonces si, por poner un ejemplo, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés) es leal a Trump, eso no significa necesariamente que estén dispuestos a participar en un golpe armado si eso implica ir en contra de las fuerzas militares.

Pero esta es, en el mejor de los casos, solo una noticia moderadamente buena. Porque ya sea que se trate de desinformación deliberada o de una incapacidad genuina para aceptar la realidad, es casi seguro que esta situación afectará la confianza pública en las instituciones y la legitimidad del gobierno de Estados Unidos.

Erosionar la confianza pública es, en sí mismo, bastante dañino. Las investigaciones muestran que cuando las personas consideran que las instituciones son ilegítimas o poco confiables, es más probable que apoyen la violencia por cuenta propia. Y Liliana Mason y Nathan Kalmoe, politólogos que estudian el apoyo a la violencia política de los estadounidenses, descubrieron que las personas eran más propensas a respaldar la violencia cuando creían que sus oponentes políticos eran peligrosos para Estados Unidos, malvados o que se comportaban como “animales”. No es difícil ver el modo en el que la historia del robo de las elecciones podría aumentar ese tipo de desconexión moral.

La salida de Trump del poder está programada para enero, sin importar que acepte o no que perdió la contienda. Pero su negativa a aceptar los resultados electorales puede seguir envenenando la democracia estadounidense mucho después de su partida. —Amanda Taub

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Lic. ANASTACIO ALEGRIA

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